PARA EL HOMBRE COMÚN

El signo de admiración inicial sirve de muleta donde recostarse para tomar fuerza, gritar ¡Qué Carajo! y poner el del final patas para arriba, así la explosión será total, libre, pretensiosamente libre, como diría Osvaldo con su dicción perfecta y su voz justa.
Este rescate del Ardizzone músico- poeta que ha tardado tanto, debía irrumpir desde adentro, y entonces qué mejor que la templada bordona sonada por su hijo Daniel, quien desde chiquito pispeó cómo el viejo tecleaba las notas para “El Gráfico” en la añeja Lettera 32, y cómo le afloraban a torrentes aquellos versos con aroma a Discéplo que parecían un mensaje apocalíptico para el mediocre, pero que no eran más que un papelito arrugado dentro de una botella vacía, la que tal vez él mismo tirara al río cerca de su Banfield de siempre.
Y sino, basta con escuchar la voz de Dani cuando dice “Yo sé que todos envidian la casa de mi vecino/ que tiene techo de tejas/ y un parque con viejos pinos” para luego escucharlo a Osvaldo cuando le dice a su querida mujer “yo sé que vos suspiras por la casa del vecino” y rematar a lo Morete de sus tiempos de esplendor con ese “que yo nunca oí cantar en la casa del vecino”
Sirva este compac (como le explicaríamos a Osvaldo qué carajo es un compac, si ni siquiera necesitó de la máquina electrica y menos de la computadora) para que la cadena del frío se rompa y como un mojón olímpico sus creaciones sean rescatadas por los pibes sensibles que traen incorporadas las nuevas generaciones, aunque algunos con intenciones “fuleras”(ésa es la palabra, no Osvaldo?) aseguren que ellos no entienden nada de la vida y como algunos viejos nostálgicos se quedaron en el tiempo, transformarse en clásico, ser recordado con una mezcla ideal de afecto y respeto. ¡Qué carajo!

Guillermo Blanco