ALLÁ, EN EL SUR DE HOMERO
Era mi barrio, Sur, como fue el tuyo,
con la misma Luna y la misma gente,
las brumas del Riachuelo maloliente
a veces, ni dejaban ver el cielo. . .
Gris país de la chapa y la madera,
del duro jornal a un par de mangos,
cuando cae una estrella pedíle algo
-le decían las abuelas a los pibes-
sólo que las estrellas, por entonces,
caían nada más que de vez en cuando. . .
Yo crecí en un patio con rosales
que cultivaba un extraño jardinero
y, aunque el recuerdo sea cursi, según creo,
Don Franclsco se llamaba, italiano, peluquero,
atrevido Don Juan en las conquistas
que mezclaba sus principios socialistas
con las arias de Verdi y de Puccini . . .
Y estaba la María, la de siempre,
la que se cansó de amar sin esperanzas,
pasó la vida solitaria y mansa
y el amor se le fue como la vida. . .
Y estaba, también, aquella pálida vecina,
aquella de la casa con glicinas
y la sombra del parral en los veranos. . .
Fue en agosto que partió ya sin regreso.
me sumé tembloroso en el cortejo. . .
si recuerdo que lloré, tal vez la amaba. . .
Y recuerdo a Julián, tipógrafo de oficio,
la melena poblada y la corbata voladora
que me hablaba de Tolstoi, de Emilio Zola
y soñaba construir un mundo nuevo. . .
¡Los abuelos lo miraban con recelo. . .!
Según mi madre, Julián tenía ideas avanzadas.
Así me ocurre, de tanto en tanto, Homero,
cada vez que tus canciones canturreo. . .
“Las calles y la luna suburbana
y mi autor en tu ventana,
todo ha muerto ya lo sé. . .”
Así sigo yo también, mi viejo Homero,
evocando a las novias de balcones aromados,
a las cercas decoradas de glicinas
con susurros de promesas encendidas
en un lejano abril que ya no vuelve. . .
Como vos, sigo merodeando los andenes solitarios
escudriñando furtivo el horizonte
en la inútil urgenica de una espera
de quién sabe qué misterioso tren fantasma,
o huyendo de quién sabe qué último adiós,
tan desconsoladamente cruel, tan sin retomo. . .
“Ya nunca me verás como me vieras
recostado en la vidriera, esperándote. . .”